Hay algunos jóvenes que asumen el consumo de pastillas con bebidas alcohólicas, conocidas también como drogas alternativas, como una cuestión de moda, de ser aceptado por el grupo y de probarse. Reproduciendo en muchos casos los modelos de “súper héroes” adictos que presentan determinados productos audiovisuales; sin darse cuenta que con la primera vez se ponen en el borde del abismo.
Ese es el caso de Yunier, que no es su nombre verdadero, pero su historia es cien por ciento real, tanto que le duele recordarla. Es uno de esos muchachos que las tabletas le puso la vida de cabeza. “Cuando yo tenía como 18 o 20 años vivía solo y lejos de mis padres. En el barrio habían varios muchachos de la calle, que no trabajan ni estudiaban, vaya delincuentes como aquel que dice, y yo andaba con ellos. Con ese grupo comenzó todo.
“Consumía las pastillas en mi casa, cuando íbamos a hacer algo malo y no tenía valor suficiente, en el parque y en las fiestas. Llegué a hacerlo todos los días.
“Cuando tomaba no sentía cuando me hablaban, perdía la conciencia, me daba por fajarme, contestaba en mala forma, maltrataba a mis padres y me ponía torpe para expresarme y hacer las cosas. Me quedé muchas veces tirado por allí, en la calle, en un banco o en un portal.
“Después que se me pasaba un poco las buscaba de nuevo. Vendí casi todas mis cosas, incluyendo mis ropas, un par de zapatos de mi hermano y una bicicleta para poder comprarlas. Mi mamá lloraba mucho pero no podía dejar de consumir.
“Hice muchas locuras de las cuales no quiero ni acordarme. En una ocasión cogí una pata de cabra y me metí en una casa, el hombre me cogió y le tiré un ladrillo y un cuchillo. Todo eso drogado. No me metieron preso porque el señor conocía a mi papá. Tengo mucha suerte de no estar en una cárcel porque hubiese sido el fin.
“Por el barrio todo el mundo me dio la espalda. Me rechazaban porque decían que yo era un drogadicto y un ladrón. Sentía que cuando llegaba a un lugar, la gente se iba. Es doloroso ver que todos te dan la espalda, que eres el patico feo.
“Empecé a zafarme poco a poco cuando comencé a trabajar. También me dio miedo tener una enfermedad de transmisión sexual porque yo me “empataba” con cualquier mujer de esas por allí y tenía relaciones sin protección. Estuve como dos años chequeándome, por suerte dio negativo. Nunca busqué ayuda.
“De las drogas es muy difícil salirse. La recaída siempre está cerca. Yo mismo hace como tres meses volví a consumir. No creo que los médicos puedan curarme, porque uno no se puede aguantar.
“Conozco unos cuántos jóvenes que consumen, sobre todo en barrios marginales, como se dice. Se empastillan en las fiestas casi siempre. Yo le aconsejaría a los “chamas» que no lo intenten, que después es casi imposible dejarlo y te empuja a hacer cosas que uno no quiere. Que no lo hagan, ni siquiera un día por embullo.
“Yo no soy el de antes, tengo 25 años y un pequeño. Creo mucho en Dios y le pido que me ayude por mí y por mi hijo. Cuando abrazo a mi niño siento que todo lo malo se me va”.