Desde el campo también se forja Cuba

Fotos: Otilio Rivero Delgado

Muchas de las personas que viven en las ciudades no son capaces de imaginar que existan pedacitos de Cuba como El Jobo, en el municipio camagüeyano de Najasa, donde hay una escuelita de madera con puertas grandotas que dejan entrar la luz y el aire puro del campo; donde los niños van solitos en sus caballos y hay un jardín de helechos; donde hay diez escolares de edades diferentes en un aula amplia y limpia y una maestra que llegó un día desde lejos y no se fue más.

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A Orlinda Téllez Figueredo la conocimos una mañana de este diciembre. Los años han pasado desde que en 1992 se aproximó a esos parajes como parte del contingente de educadores Lázaro Alfredo Molina. “Yo soy de Camagüey, de La Guernica. Estuve albergada aquí al lado, en un cuartico que no existe, pero ya me compré mi propia casa. Hace 22 años trabajo aquí, me jubilé y me reincorporé. Mi familia se quedó allá y mis hijos vienen a veces a visitarme”.

Ella trató de explicar cómo logra enseñar a la vez a todos los pioneros: dos de primero, tres de segundo, dos de tercero y tres de cuarto. ¡Ah! y los de preescolar dispersos, que en tres frecuencias van a la escuela multigrado. La veo hablarles a todos de efemérides y manejar con destreza la tiza blanca que se desliza sobre el pizarrón para dejar las lecciones de cada uno. Yo solo logro entender que no debe ser tarea fácil y que vale mucho lo que hace esta mujer.

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“La escuelita me la he cogido —asegura Orlinda—, aquí tenemos computadora, televisor y grabadora, y todo funciona. Los pequeños tienen dos sesiones de clases, porque los padres no aprobaron quedarnos con una sola. Los que viven muy lejos, que son la mayoría, traen su almuerzo en un pozuelito y los otros van a su casa”.

Aunque en el centro el comején anda haciendo de las suyas y las tablas están muy malitas, no habla de eso. Me muestra el área de los exploradores y las matas de ciruela, mango, cereza, frijol… que ha sembrado junto con sus alumnos. “Cuando el ajo porro crece en el huerto, les confecciono macitos para que los lleven a casa. Hay que enseñarles el amor a la tierra, porque alguien tiene que producir alimentos.

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“También tengo un círculo de interés pedagógico, que les gusta mucho. Llevo un trabajo arduo porque hace falta formar maestros y mucho más en esta área rural. De mis alumnos hay como seis o siete que son pedagogos; por ejemplo Osmel, Barbarita y Taimé. Pero no es fácil porque los primeros que no los motivan —baja la voz y casi me susurra— son los padres, quienes les dicen: “¡Maestro, tú estás loco!”’.

Asegura que mucho ha aprendido del lugar y su gente. “Me ha aportado en todos los sentidos, sobre todo conocimientos, porque yo no sabía lo que era trabajar en una zona rural. Cuando estaba en Camagüey decía: voy a ir al monte para ver si esos muchachitos de allá se parecen a los de aquí.

“Ya sé que no son iguales, son más cariñosos y se desviven por mí. Quiero que sepa que cuando comencé en este lugar había niños que se quedaban a dormir conmigo, uno diario, para que no estuviera sola. He logrado mucho apoyo de los padres, de la cooperativa Rafael Guerra Vives, y la comunidad se porta muy bien.

“Aquí estaré mientras tenga fuerzas y pueda ayudar en lo que es el proceso docente-educativo. Yo siento que mis niños son felices. Usted misma ve cómo se desenvuelven”.

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Y qué bueno que la maestra estará allí, porque si se va, como dice una de sus discípulas de menos edad, Idisleidy: “yo me voy detrás de ella”.

Milena, Yusleini, Delenis, Yaniri, Ania, José Carlos, Ermidel, Dairon y Dainer, aseguran quererla mucho. También a los otros maestros que van a su escuelita: Gisel, la instructora de arte; Willian, el de Educación Física; y a José Luis, el de Computación.

Cuando se escriba la historia de la escuela rural Pedro Marrero, de Najasa, y de la comunidad El Jobo, Orlinda tendrá un lugar en esas líneas, como ya lo tiene en el mismo corazón de la comunidad. Esa maestra, desde el más humilde anonimato, demuestra cada día cómo desde el campo también se forja un país.

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Acerca de leniacuba

Licenciada en Periodismo de la Universidad de Camagüey Ignacio Agramonte y Loynaz. Periodista del Sistema Informativo del ICRT en Camagüey yurislenia@rcagramonte.icrt.cu Ver todas las entradas de leniacuba

2 respuesta a «Desde el campo también se forja Cuba»

  • Camilo Sntiesteban Torres

    Es increíble el trabajo de esta buena mujer, que ya no es ninguna jovencita. Es verdad, los muchachos del campo no están viciados por el comejen de las ciudades. Ese sólo ataca las tablas de su escuelita. Apoyo para esa gente que hace una labor de gigantes y mejor salario, condiciones y estimuolación para los maestros de toda Cuba, para que los padres no crean a sus hijos locos por esciger la más noble de las profesiones.
    Genial Yuri.Kmilo bsos.

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